Las alianzas que se tejen al interior de uno de los partidos de Cambiemos, cómo cambió la vuelta de Macri a los primeros planos y el modelo económico con el que sueñan para 2023.
Las opciones empiezan a acotarse: a pesar del río revuelto y siempre con la salvedad de que una sorpresa irrumpa en el escenario, el PRO empieza a ir tomando la configuración que va a afrontar la campaña presidencial del 2023. Pocas de las cosas que se asumían como ciertas hace dos años soportaron bien la prueba del paso del tiempo. Mauricio Macri no solamente no dejó paso a una nueva camada de dirigentes sino que desde hace un año trabaja agresivamente para retener/recuperar (según a quién se le pregunte) la centralidad del espacio que fundó. Horacio Rodríguez Larreta falló cuando tuvo la chance de dar el zarpazo y convertirse en sucesor natural por la vía del parricidio simbólico; ahora, todo le resulta más cuesta arriba. Patricia Bullrich, por su parte, supo mantener su lugar expectante a pesar del crecimiento de la ultraderecha y de la reaparición de Macri.
De entre ellos saldrá el próximo candidato presidencial amarillo. A continuación, las claves para leer la dinámica de ese triángulo político.
Juntos o por el Cambio
Las diferencias entre Macri y Rodríguez Larreta son cada vez más profundas y difíciles de disimular. Uno se recuesta sobre la ultraderecha para fortalecer el núcleo duro; el otro repite a todos sus interlocutores que espera gobernar con el apoyo del “66 por ciento” del país, que, aclaró, sería todo el arco político sin el kirchnerismo y sin la izquierda. Uno necesita aliarse con Milei para que no se licúe su base electoral, el otro no puede romper con el radicalismo porque está más obsesionado con el primer día de su presidencia que con ganar la elección. Ese nivel de antagonismo llega hasta niveles insospechados: en el almuerzo que compartieron el lunes discutieron largamente si en el nombre de la alianza era más importante el componente “Juntos” que el componente “Cambio”.
El jefe de gobierno defendía, por supuesto, el primer término, en tanto representa esa vocación de acumular todo lo posible para copar el centro, confiando en que lo que se le escape por derecha en una primera vuelta lo votará en cualquier escenario de ballotage contra el peronismo. Macri, en tanto, reivindicaba recuperar el sentido original del cambio como potencia discursiva, con el objetivo de canalizar el descontento generalizado con la política. Esa diferencia, además de reflejar concepciones diferentes, también tiene que ver con consideraciones estratégicas: mientras que Rodríguez Larreta prevé que la elección va a dirimirse en un ballotage contra el kirchnerismo, el expresidente está convencido de que puede encabezar una boleta con chances de imponerse en primera vuelta.
La alianza menos esperada
La nueva configuración, entonces, obliga a algunas maniobras que hasta hace no tanto parecían improbables. Bullrich y Rodríguez Larreta, por caso, distanciados durante años a causa de diferencias de fondo y aspiraciones en común, encontraron una amenaza que justifica descongelar las relaciones. No es otra que el propio Macri, que desde que volvió a adquirir protagonismo en la agenda pública busca colocarse como un líder del espacio, por encima de los conflictos internos. Eso le resulta inconveniente a los dos que se posicionan como delfines, porque el expresidente, en tanto tercero en discordia por la candidatura, no está arriba del conflicto sino inmerso en él. Y el temor compartido es que si no logran darle un marco institucional a la interna, Macri terminará imponiéndose como candidato.
El problema es que tampoco es fácil ponerse de acuerdo entre ellos acerca de cuál es la herramienta adecuada para dirimir las boletas. Bullrich propone que todos los candidatos de Juntos por el Cambio que quieran presentarse, participen de unas PASO. Rodríguez Larreta alega que en ese caso el radicalismo, encolumnado detrás de una sola figura, tendrá más posibilidades de adjudicarse la interna que un PRO que divide su oferta. El alcalde retruca dos contrapropuestas: establecer un pool de encuestas que determine, en la fecha indicada, quién es el que está mejor posicionado para ganar las elecciones, o una interna entre afiliados en una fecha anterior a las primarias. La exministra de Seguridad rechaza ambos planteos por considerarlos cancha inclinada.
El plan económico: la receta de Maduro
Donde se diluyen las diferencias entre los tres es a la hora de delinear el plan económico. Por el contrario, puede verificarse un amontonamiento en el extremo derecho del arco ideológico. Si parece que estuvieran compitiendo por complacer a la misma audiencia, es porque eso es exactamente lo que sucede. Estamos en la altura del ciclo electoral en el que los grandes inversores empiezan a tomar las decisiones importantes, de ahí el espectáculo pantagruélico de cenas, congresos, seminarios y lobbypalloozas al que asistimos (en tanto espectadores) y asistieron ellos (como protagonistas) estas semanas. Por supuesto: son jugadores que ponen huevos en todas las canastas. Pero son muchos huevos y la forma en la que se repartan puede torcer destinos forjados durante toda una vida.
Los equipos económicos de los candidatos, encabezados por Carlos Melconián (Macri), Hernán Lacunza (Rodríguez Larreta) y Luciano Laspina (Bullrich) tienen muchísimos vasos comunicantes entre sí y trabajan en forma coordinada, sobre una serie de premisas en común, que no van a sorprender a ningún observador informado: reformas laborales y previsionales regresivas, baja de impuestos, ajuste del gasto, liberalización del mercado cambiario, apertura comercial y devaluación. La exministra de Seguridad blanqueó ayer el último plan en boga entre los especialistas de las fundaciones que alimentan de ideas al PRO, Mediterráneo, Pensar, et al: la dolarización. No deja de ser una mueca del destino que el modelo que están estudiando es el que aplicó Nicolás Maduro en Venezuela.